La idea de un jardín colgante no es para nada novedosa, desde antes de Cristo las leyendas de Babilonia adornan nuestra literatura ¿pero qué sucede si retomamos la idea como una expresión de rebelión? ¿Si aquel capricho monárquico se convierte en una manifestación ciudadana?
Un museo colgante que muestre todo lo que puede logar cualquier ciudadano Neoyorquino solo con una terraza y un poco de creatividad, recorriendo sin interrupciones un sinfín de especies vegetales que nos deleitan con sus colores y aromas mientras por debajo (y sin interrupción alguna) nos podemos sentar a beber una taza de café o disfrutar un buen libro.
El pabellón acompaña los antiguos senderos y los reformula, los expande. Le permite al visitante salir de la rutina de parque clásico para sumergirse en un mundo de curvas flotantes que fugan hacia la gran ciudad.
Y así como los visitantes comienzan a escasear con la caída de las hojas y la entrada del otoño, el pabellón puede ser desmontado totalmente o entrar en estado de hibernación hasta el próximo verano.
